Shermer

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Todavía no he aterrizado en Estados Unidos y ya sé lo que os voy a contestar cuando me preguntéis si recomiendo vivir allí. No, no os lo recomiendo. Desde mi perspectiva, irse a vivir a Norteamérica (o, como lo llamamos cariñosamente nosotros, el país en el que para poder vivir siempre tienes que hacer una cosa más cuando ya crees que lo tienes todo hecho) es una odisea burocrática en la que el infarto no es una opción, sino el desencadenante final futuro. Pura supervivencia en la que tienes que seguir una serie de reglas. Las más importantes son las siguientes: no dormir más de cinco o seis horas al día durante los dos meses anteriores a tu llegada, sonreír ampliamente a los funcionarios de cualquier institución o país ocurra lo que ocurra y hagan lo que hagan, llenar vuestra casa de post it recordatorios y la mesa del salón de decenas de documentos de los que no conocías previamente su existencia, dejarte arrastrar aunque no tengas fuerzas por todos los compromisos sociales que te van a surgir sin gastar energías que luego vas a necesitar cuando estés allí, presupuestar (en dólares) tu nueva vida al otro lado del océano, no enfadarte o frustrarte (si es que lo consigues) hasta abrazar el Budismo o cualquier otra filosofía oriental ("Be water, my friend") y dedicar la mitad de las horas del día a pasear por Chicago en Google Maps y a señalar los sitios favoritos que te encuentres en el barrio en el que vas a vivir (si es que has elegido ya el barrio, que esa decisión te puede llevar semanas). Y todo ello, claro, antes ni siquiera de irte porque cuando estés allí, de hecho, ya únicamente te queda una cosa por hacer: comenzar una nueva vida completamente de cero sin conocer del todo el idioma. Algo sencillo y simple, posiblemente con poca burocracia de nuevo de por medio y sin tener seguro que buscar una casa para vivir, un coche para moverte o un trabajo para ser aceptado por los demás. Suena apetecible, ¿verdad? 

Es entonces cuando la pregunta surge sola: ¿por qué cojones un ser humano (más o menos) maduro se va a vivir a Chicago, Illinois, Estados Unidos? Las respuestas también surgen solas. Uno, por Wonder Woman. Dos, por Shermer.

Al norte de Chicago, en algún lugar entre Evanston y Lake Forest, Shermer es el pueblo ficticio en el que John Hughes, "el Salinger de la generación X" (brillante definición de A. O. Scott, crítico de cine en The New York Times), situó sus mejores películas. Y es que, entre 1984 y 1986, Hughes dirigió cuatro (y escribió cinco guiones) de las mejores películas para adolescentes de la historia: 'Sixteen candles', 'The Breakfast Club', 'Weird science', 'Pretty in pink' y 'Ferris Bueller's day off'. Y yo, que tuve una niñez y una adolescencia extraña de la que es mejor no hablar, culpo directamente a Hughes, descanse en paz, de que ahora, décadas después, quiera recorrer el Art Institute de la mano en una excursión escolar o convertirme en Jay y Bob El Silencioso hablando de Shermer en una escena de Dogma. A pesar de todo el papeleo que hay que hacer para irte al país en el que para poder vivir siempre tienes que hacer una cosa más cuando ya crees que lo tienes todo hecho. Shermer, Illinois, here we go.



PS: Lo que le debemos a Hughes, a sus películas, soberbias, para ver una y otra vez, se resume en una palabra: libertad. La libertad de los incomprendidos. La libertad para ser diferente. La libertad para encontrar el camino que te lleva a ser tú mismo. 

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