Chlumsky

Foto: http://www.telemundo.com

En apenas un par de semanas viviendo en Chicago ya he aprendido la única verdad inmutable, inalterable e imperturbable de los Estados Unidos de América: todo lo que te va a ocurrir en tu experiencia aquí ya lo has visto antes en la serie Friends (o en Los Simpsons). Y, sí, yo soy Chandler. O, en su defecto, Homer.

Supongo que lo mejor será que empiece por el principio. Es decir, por la búsqueda de la casa en la que vamos a vivir durante el futuro más próximo. En nuestro caso particular, únicamente teníamos dos pequeños requisitos para esa búsqueda:

- Un requisito muy americano y muy poco europeo: que la vivienda fuera un apartamento situado en el típico barrio residencial estadounidense que Wonder Woman y yo llevamos viendo en películas desde que Anna Chlumsky (el primer e inocente amor de los millennials) besó a Macaulay Culkin en My Girl.

- Un requisito muy europeo y muy poco americano: que la vivienda fuera un apartamento situado en el típico barrio residencial estadounidense pero que además estuviera muy bien comunicado con el Metra (una especie de tren cercanías, podría decir) y el L (el metro, que es sin duda alguna una de las cosas que más me gustan de Chicago).

Un par de requisitos a priori fáciles (y más teniendo en cuenta que ya sabíamos desde España, y confirmamos paseando por él a nuestra llegada, el barrio en el que queríamos vivir y que cumplía con ambos requisitos), pero que nuestro primer y particular Phil Dunphy inmobiliario echó inmediatamente abajo con una frase lapidaria: "Habéis elegido un barrio en el que no viven los extranjeros que venís a trabajar, sino la gente de Chicago de toda la vida".

Después de tres apartamentos en los que ni de coña viviríamos por ese precio y en esas condiciones en España y un dueño que nos pidió un trasplante de corazón para poder entrar a vivir en su destartalada casa, nos encontramos con una de las grandes premisas de la burocracia estadounidense: su lógica aplastante. Es, de hecho, muy fácil de explicar (quizá esté exagerando, pero a mí me pareció más o menos así): para poder tener una casa tienes que tener el SSN (número de la Seguridad Social) y una cuenta bancaria pero para tener el SSN tienes que tener una dirección en la que vives y para tener una cuenta bancaria tienes que tener una dirección en la que vives y el SSN. Una situación cíclica y desesperante que a mí me habría llevado a olvidarme de Chicago y a buscar casa en cualquier suburbio de Milwaukee, pero no a Wonder Woman: después de seis apartamentos más y un nuevo Phil Dunphy inmobiliario, por fin encontramos casa justo en la zona en la que queríamos vivir.

Es, entonces, cuando llega la mudanza, ese momento que explica a ciencia cierta que todo lo que te va a pasar en Estados Unidos lo has vivido antes en Friends, la mejor serie de televisión de la historia de la humanidad. Resumiendo: sí, acierta el que haya pensado en el sofá de Ross. Pero nosotros teníamos a Gonzalo (un profesor canario que nos salvó), una soga que nos dejaron unos albañiles que estaban haciendo una obra en una casa y una escalera de emergencia (alley llaman aquí a esos callejones por los que sacas la basura, principalmente) por la que subir a pulso el sofá. Tras una puerta desmontada, tres o cinco contracturas en la espalda y litros de sudor, el sofá reposa en nuestro salón y yo puedo cantar como Joey Tribbiani con mi vecino cuando abro la ventana por la mañana. "The morning's here!".


PS: Y ahora en los paseos los niños nos adelantan con sus bicicletas entre casas, jardines y coches aparcados como si fueran unos Macaulay Culkin del futuro. O unas Anna Chlumsky del pasado, una actriz que, por cierto, nació aquí, en Chicago. 

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